Todo seguirá como estaba en Irán, tras el triunfo en las urnas del actual presidente Ahmadineyad. Mujeres tapiadas en vida, acuden a votar en Teherán, según la foto de El País. Pero también hemos visto pañuelos livianos y gafas de diseño. Un germen de rebeldía femenina que puede –y debe- prosperar. Según cuenta la enviada especial del mismo diario, Ángeles Espinosa, hasta amas de casa maduras se han quejado de la obligatoriedad de ir cubiertas como símbolo de represión.
Hice varios reportajes -a mi iniciativa- para tratar de entender la situación de la mujer en el mundo musulmán. Las residentes en España aseguran que usan el “hiyab” porque quieren, es su deseo, es su cultura. Sólo hablan si les da permiso el marido. En Granada, unos jóvenes universitarios marroquíes me explicaron con detalle las razones de su uso: el pelo de la mujer les excita, y sólo el hombre “adjudicatario” tiene derecho a verlo y excitarse. En efecto esas sombras cubiertas que vemos por las calles, se visten de gala en casa, se maquillan y se sueltan el pelo, pero sólo para sus maridos. El líder libio Gaddafi acaba de decir en Roma: «En el mundo árabe e islámico la mujer es como un mueble que se puede cambiar cuando quieras y nadie te preguntará por qué». Un mueble hermoso, en caso contrario no sirve.
En el extremo, las desgraciadas mujeres afganas, tratadas peor que animales. Allí rige el “burka” que sólo permite unos agujeros con red, a la altura de los ojos, para poder ver. Una nueva ley autoriza la violación dentro del matrimonio, ante el silencio internacional. La caída del gobierno talibán iba a darles autonomía, para ello -entre otras cosas- mandamos soldados occidentales, pero no ha ocurrido en la práctica, incluso han legalizado los abusos contra la mujer.
Las mujeres españolas vivimos con intensidad el triunfo de la “revolución iraní” en 1979. El muy discutible Sha Reza Palhevi, pro-estadounidense, había occidentalizado el país y las mujeres persas, sin pañuelos, eran las más avanzadas de la zona. El ayatolá Jomeini volvió a enclaustrarlas. Ahora pretendían liberarse. No lo han conseguido. Pero lo harán. Esas madres musulmanas que llevan a sus niñas tapadas por las calles españolas, las propias niñas que estudian en los colegios “Educación para la ciudadanía”, por ejemplo, tienen la llave para el cambio. La mujer será quien, con su liberación del yugo masculino, acabe con los atrasos del mundo islámico.
Seguimos con atención a las iraníes, porque las españolas estábamos embarcadas en la misma tarea. Había que acabar con el tratamiento de retrasadas mentales que nos había impuesto el franquismo. Ya sabéis la lista de cosas que no podíamos hacer sin permiso de un varón. Incluso se exigió, hasta un determinado momento, ir a misa con velo, también con velo. Y las monjas españolas poco difieren en sus atuendos de cualquier mujer musulmana, aún hoy.
Pero éste es el modelo que ofrecemos a cambio:
Las mujeres occidentales también usamos velo: la cirugía estética, el maquillaje, las dietas imposibles. Y no nos esclaviza el hombre en este caso, sino nosotras mismas y la sociedad de consumo. Veo el bombardeo de anuncios en las teles: falsas cremas milagrosas que no devuelven la juventud, ni tienen porqué hacerlo. Y dietas, muchas dietas, más productos prodigio. Nos hemos acostumbrado a ver modelos cuyas mejillas se hunden por el hambre y con unos culos que no son tales. ¿Qué atractivo sexual puede tener estas carrilleras, estas cocochas, sustentadas en huesos? A cambio, la mujer se abulta los senos con implantes mamarios, totalmente perceptibles en buena parte de los casos.
Entre la obesidad como problema serio, y este modelo estético que ha calado, está la lógica, la naturalidad. Siempre he dicho que a Marylin Monroe la hubieran puesto a dieta de inmediato, de vivir en nuestro tiempo.
Y las arrugas. De la película sueca “Los hombres que no amaban a las mujeres”, me llamó poderosamente la atención, que la directora de la revista Millenium ¡tenía arrugas!, ¡por dios, una actriz de cine con arrugas! ¡Una mujer con arrugas! Es muy infrecuente verlas en escaparates públicos. También este mensaje se impone, al punto que a mí misma, que me rebelo, me produce cierta incomodidad mostrar el rostro que corresponde a mi edad, ante alguien que encuentro por primera vez. Casi ninguna de mis amigas lo tiene, gastan fortunas en desgraciarse a cambio de una piel más o menos lisa.
Y el maquillaje. A causa de una prisa, tuve que comprar el otro día en una perfumería cercana un delineador de ojos. Sólo había “de marca”. Es decir, no encontré nada por menos de 26,50 euros, de Dior. 2,5 ml. Es decir, que el litro cuesta 10.600 euros. Hasta ahora la tinta de impresora, a 4.000 euros el litro, se había computado como el líquido más costoso, por encima de la gasolina, los perfumes, o el champán Don Perignon. Yo compro habitualmente un delineador en Mercadona por 5 ó 6 euros y es incluso mejor. 150 euros puede costar una crema antiarrugas“de marca” para el rostro, en Inglaterra hace furor una de 20 euros, “sin” marca. Y que, al parecer, funciona algo más que las demás que es nada. Pero empiezo a sentirme estúpida -más vale tarde que nunca- al someterme también a esas esclavitudes nada inocuas.
En resumen, la mayor parte de las mujeres del mundo precisan liberarse de ataduras y sólo nosotras podemos dirigir ese cambio, al que debieran sumarse los hombres porque estamos hablando de culturas y sociedades que afectan a nuestra estructura.
Respecto a nuestro modelo, así concluía una Cuarta Página mía de El País, el verano pasado. Nada ha cambiado desde entonces, ha empeorado.
“Todo icono refleja a la sociedad que lo crea. Muchas buscaron -desde los griegos- armonía, equilibrio, perfección. El siglo XX se inicia con una explosión de creatividad y rebeldía. La misma que -algo más ingenua- impregnó los sesenta, exuberantes y coloridos. La mujer, entretanto, engordó y adelgazó al ritmo que le marcaban y siembre hubo de ser joven.
Nuestra sociedad de hoy parece querer borrar surcos y matices, peso. Allanar también el pensamiento. Compartimentar, para aislarnos y enfrentarnos. Su imagen -enjuta, sintética, plastificada- podría simbolizar su inconsistencia en los frágiles hilillos que constituyen las piernas de las modelos. No es casual. Los mismos entes que producen niños planos, aspirantes a famosos, consumidores desde ahora y para siempre, cercan a las demás generaciones. Planchar rostros genera beneficios económicos, contratar en el trabajo a jóvenes inexpertos, menos costo. La insatisfacción permanente, vulnerable desasosiego, o rendición. ¿Dignificar la escala de valores imperante es tarea imposible? ¿Será, aún, verdad que las ideas, la ilusión, la imaginación y el coraje cambian el mundo? Puede que haya llegado la apremiante hora de comprobarlo. A cualquier edad”.
Una rosa en mi jardín
/ 13 junio 2009La cantante ovetense, Cristina del Valle, cuando cantaba a duo con Alberto Comesaña, en el grupo Amistades Peligrosas, dedicó en su día una de sus canciones a las mujeres mulsulmanas, Quítame Este Velo, y dice así:
voy dejando palabras en el viento
para que alguien oiga desde lejos mi lamento
piso un suelo que algún día espero
sea diferente por todos los que ya han muerto
y si callo, lágrimas… y si hablo, lágrimas…
y si callo, lágrimas… y si hablo, lágrimas lágrimas
quítame éste velo, porque quiero ver el cielo
romper el silencio, y poder hablar sin miedo
quítame éste velo, porque lo deseo y quiero
ser igual que tú, sin vivir en un destierro
vivo un tiempo tan confuso y pienso
que me quedo sin razones para comprenderlo
¿por qué tengo que esconder un cuerpo,
no tener un nombre ni el más mínimo derecho?
y si callo, lágrimas…. y si hablo, lágrimas….
y si callo, lágrimas…. y si hablo, lágrimas lágrimas
quítame éste velo, porque quiero ver el cielo
romper el silencio, y poder hablar sin miedo
quítame éste velo, porque lo deseo y quiero
ser igual que tú, sin vivir en un destierro
y si callo, lágrimas…. y si hablo, lágrimas….
y si callo, lágrimas…. y si hablo, lágrimas lágrimas
quítame éste velo, porque quiero ver el cielo
romper el silencio, y poder hablar sin miedo
quítame éste velo, porque sola yo no puedo
quítame éste velo,
que está matando mis sueños…
quítame este velo! quítame este velo!
quítame este velo! quítame este velo!
que esta matando mis sueños.
Después de romper la pareja sentimental y artística, ella sigue en la lucha por esas mujeres oprimidas y maltratadas.
También hay una película de los años 90, basada en hechos reales, que a mí me impactó: No Sin Mi Hija. Antes de la película fué escrito un libro sobre la historia, que no puedo opinar porque no le leí, pero que seguro debe ser muy bueno. En mi opinión,siempre son mejores las obras literarias originales, que las adaptaciones cinematográficas.
Una rosa en mi jardín
/ 13 junio 2009Recuerdo la primera novia que tuve. Yo tendría los 17 y ella dos años menos. Se pintaba como una puta callejera (perdón por la grosería, pero no encuentro la manera más certera de expresarlo). A ver, una muchacha de 15 años tiene una belleza natural; ya le vale con un poco de sombra de ojos y un poco de rimel. No necesita pintarse los labios de rojo pasión; yo quiero besar unos labios y no pintura. La cosa duró poco, tan sólo unos meses: ella era ligerita de cascos y yo por aquel entonces, un romántico imberbe, así que no congeniamos. Incompatibilidad de caracteres.
Hace un par de años, en el suplemento dominical de un periódico, leí que, en lo primero en que se fijaba la mayoría de hombres era en los ojos de las mujeres, después todo lo demás. A mí especialmente me gusta mucho los ojos de las mujeres musulmanas o árabes; y el velo hacen que resalte la belleza de esos ojos y esa mirada; pero no me gusta por la connotación de represión que conlleva.
Al comentar lo que había leido a una compañera de Valladolid me dijo: «sí, pues que vayan a hacer la encuesta a los cazurros de mi pueblo que en lo primero que se fijan es en las tetas y después de cintura para abajo» Y no le faltaba razón: yo pocas veces en las conversaciones de hombres decir a algunas que tal o cual mujer tiene unos ojos muy bonitos: lo más común es oir frases del estilo: uff que buena está» o «qué buen revolcón tiene».