Hay una España que vive en El Corte Inglés. Una voz metálica de fondo les habla de la vuelta al cole, de la nueva temporada, de los pantalones ajustados, de los tonos rojo y gris, de las ofertas del supermercado. Esta España se pasea entre inalcanzables relojes de marca o entre más asequibles pintalabios que satisfagan el gozo de comprar. Algunos, si no les ven, los roban. Y sus ciudadanos salen del recinto, pero siguen viviendo en El Corte Inglés que ahora les da cuenta de la gripe A, de que tienen que lavarse las manos, de que hay crisis, de unos cuantos accidentes y otros tantos sucesos. No suelen explicarles los porqués de todo ello, ya están políticos y expertos para dar su versión a gotas medidas. Siguen caminando entre luces frías, pocas salidas accesibles, y la voz impersonal que anuncia en reclamo adónde deberían dirigirse.
Hay otra España que desarrolla su existencia en un hormiguero. Trabaja. Sale de expedición y busca alimentos y cuanto precisa. Suele marchar en fila reglada, pero a veces se escapa y explora, sobre todo cuando encuentra un impedimento: reacciona buscando nuevas rutas. Cuida su refugio, clasifica. Cree que sus tareas son en bien de la colectividad, aunque algún zángano desbarate los propósitos de la mayoría. El hormiguero es su hábitat, pero también sale a aspirar los olores de la vida y corta flores para su morada. Canta, si puede, como la cigarra. Y ama, de la obrera a la reina, del macho fértil al soldado, instigada por sus poderosas feromonas.
Hay otra España que grita. Reside en un cuadrilátero de boxeo. Con toros que cruzan el ring y piezas de caza a abatir. Buena parte de los contendientes fuman y beben sin control y aporrean a quienes intentan impedirlo. Mandan a la cárcel a todos aquellos que no tienen la misma ideología. Se asoman a las cuerdas para vociferar que han de ir a prisión quienes usen su libertad y su criterio. Todos son hombres, hasta las mujeres. La virilidad extrema les caracteriza.
La cuarta España llora. Se alberga en un paritorio. Lleva siglos allí. Siempre en el crudo momento de las contracciones, las entrañas desgarradas, que, en circunstancias normales, se olvidan por completo con la venturosa llegada del hijo ansiado. Ésta apenas ha llegado a verle asomar la cabeza, pero el bebé que se sueña fuerte y sano se hace esperar.
Y si no lo creéis, recordad, por ejemplo, este poema que escribió Antonio Machado en 1913. Pronto hará cien años.
EL MAÑANA EFÍMERO
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y alma inquieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
(Si te gusta, vótalo en meneame: http://meneame.net/story/las-cuatro-espanas)