La culpabilidad de los indiferentes

Lloraba, vulnerable por sus largos años de secuestro, Ingrid Betancourt -con el premio Príncipe de Asturias en las manos-, al reflexionar, sobre cómo los alemanes fueron capaces de dejar ir a los asesinos encañonando a sus víctimas. Todos ellos formaban parte de una mayoría amorfa, que nunca se mueve y consiente todos los atropellos, porque nunca quiso significarse. La componen seres humanos, pacíficos –se denominan a sí mismos-, incluso “apolíticos”, tendencia que se define como “me importa un bledo lo que le pase al conjunto de la sociedad”. Gentes que no quieren enterarse de que fue cierto que “un día vinieron a por mí y ya no había nadie”, como avisó Bertolt Brecht ante el genocidio nazi.

Alguna vez, alguien reacciona colectivamente. Desde el Fuenteovejuna español a la sublevación contra la tiranía de los franceses, pasando por todas las revoluciones y resistencias. publicitadas o ignoradas, que han poblado y pueblan nuestro injusto mundo.  Denunciar, una tarea peligrosa, dice hoy El País. El riesgo de denunciar, titula otra noticia, casualmente al lado. Ése parece ser el problema: tomar partido implica peligros, incluso el de quedarse sin opción de saborear toda la tarta, y no la parte escogida. Pero esa actitud entraña, en mi opinión, una mayor amenaza: perder la dignidad.

 Y daños a otros. Un día, no hace tanto, algunos trataron de impedir que una niña de 14 años fuese lapidada en Somalia, y tras ser violada para mayor oprobio. Si se hubiera levantado toda la concurrencia, la cría estaría viva. No lo está. El arrojo es un bien escaso.

La pasividad se enseñorea del mundo consumista, nos han aleccionado, a conciencia, para hacernos sumisos y poco o nada comprometidos. Guerras, hambre, desplazados, niños y adultos que mueren en las pantallas de los televisores, mientras miramos para otro lado… ricos objetos de consumo que nos consuelan, cuentas sin pagar en el primer mundo, trampas, demagogia interesada, inyecciones de dinero a los causantes del cataclismo financiero, todo nos toca. Pero… “deprime leer los periódicos, o ver y escuchar cualquier informativo, es más cómodo no hacer nada”, dicen.

Todo se gesta desde un ámbito mucho más cercano. Conflictos en los que una discreta postura -no mojarse, no opinar, ocultarse, no preguntar, ni querer saber, negarse a analizar, a valorar los datos-, garantiza una buena colocación, cuando, al solventarse los problemas, haya un ganador. O cerrar los ojos, porque, sí, es más cómodo. Inicialmente, porque ahí se empieza a perder la primera batalla contra los enemigos de la justicia y la ética.

Acabo de leer que Telemadrid ha empezado a cobrar la información. La televisión regional ha creado «Ciudades por Madrid”, una fórmula en la que los Ayuntamientos se ven obligados a pagar para poder tener presencia en su programación. 30.000 euros le ha costado a Alcobendas, ahora en manos del PP, que los programas estrella de Telemadrid como «Alto y Claro» -sencillamente abominable-, «Madrid Opina» o «Madrid Directo» se emitieran desde esta localidad. 40.000 ha pagado al ayuntamiento de Móstoles para que su alcalde, también del PP, participara como colaborador en el programa de Curry Valenzuela. La denuncia la ha hecho el PSOE y Telemadrid no lo desmiente. Lo argumenta así: “no se obliga a pagar a ningún Ayuntamiento, sino que se les permite la opción de publicitarse por si quieren aprovechar la ocasión”. ¿Y cómo se habla de una ciudad que ha pagado? ¿Objetivamente o pensando que el cliente siempre tiene razón? Es el fin de la información. Y el último episodio… por el momento.

   Llueven trajes y coches de lujo regalados a cambio de prebendas, asquerosas manipulaciones, corrupciones, conchabeos, privatizaciones de la sanidad, la educación, y hasta del agua que bebemos… una interminable lista de impunidades que hemos engullido. Hace años escribí un “manual para tragar sapos”. Les hacemos ascos al principio, pero con sal, pimienta y limón terminan entrando. Hasta los digerimos y preparamos el estómago para que no sufra tanto la próxima vez.

Cada día me convenzo más de que los indiferentes, los cautos, ¿los cobardes?, son los culpables de la situación en la que vivimos, desde la planta del edificio en el que residimos al mundo que hemos creado, pasando por todos los estadios intermedios. Unas risas, una ironía, un autojustificarse, una crítica «equidistante», siempre hay consuelo para el tibio que evita los jardines, la realidad y el compromiso.

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