
Estallan las cloacas del Estado en la recta final de la campaña. Las grabaciones del aún ministro de interior Jorge Fernández Díaz con el responsable de la oficina anti fraude de Catalunya hablan de una policía política al servicio del PP, implican a la Fiscalía e incluso a la prensa afin. Policía Patriotica he leído en una portada, con un crujido en el estómago. Tristes patrias sí no es el amor la empresa. Tristes, tristes.
Y ahí está el ministro acorralado reclamándose víctima y diciendo que no dará al independentismo la baza de dimitir. Toda una confesión del fanatismo que imprime su mandato del que ya ha dado sobradas e inquietantes pruebas en otros muchos asuntos.
Rajoy avalando a su íntimo amigo una vez más y hablando de ríos revueltos el los que él concretamente pesca tan bien confiado a no se sabe qué suerte de credulidad de sus votantes. Rajoy es exactamente igual que Fernández Díaz.
Toda la oposición política, policías y guardias civiles, toda la gente decente de este país que es mucha pide la salida del ministro como mínimo. ¿Se puede dejar una jornada electoral en manos de Fernández Díaz o de su cúpula meditamente diseñada? Resulta problemático incluso en manos de Rajoy.
Guerra sucia en los mandos del PSOE. Aprovechar el escándalo de Interior del que se hace eco hasta la prensa internacional para «avisar» -como dice algún titular- de los peligros de dar el poder a Unidos Podemos parece muy desnortado. Pero es la consigna. Lo dice Sánchez y lo dice Rubalcaba en ese Teruel que disputa un escaño de enorme valor. El Teruel que nunca contaba y ahora recibe a políticos de renombre. Sí, quizás renombre es la palabra.
El Brexit o no del Reino Unido se nos viene encima. A Cameron sobre todo que entra en liza con sus durísimo recortes en sanidad, educación y servicios. Es un juicio al neoliberalismo salvaje de la Unión Europea y de sus gobiernos conservadores, que no debería mezclarse con la salida de un país miembro de una comunidad. Pase lo que pase ya nada será lo mismo.
Cómo decía el domingo en Bilbao el escritor británico Owen Jones, los demócratas europeos miran a las elecciones de España. Demasiado grande para caer, y masacrar (como a Grecia), esperan de nosotros un punto de inflexión, de apoyo, que implique un cambio de las políticas europeas.
La vida cotidiana entre tanto se desarrolla en anhelos muy precisos. La abuela que se acerca para contarnos que quiere que su nieto de 26 años tenga trabajo. A los que miran huidizos porque «este país nadie lo arreglará nunca», con la secreta esperanza de que un día sí se pueda.
Anexo para un diario más personal de eludible lectura pública:
En una campaña electoral se conoce gente. Y aproveché el viaje en tren ayer para reflexionar sobre ello. El hallazgo se produce en una doble vertiente: conoces nuevas personas y descubres cómo eran realmente otras de quienes creías saber lo esencial. Por alguna razón estos descubrimientos se han fijado en mi mente en forma física, incluso de contacto en varios casos.
La prospección se inicia la misma noche en la que comunico en mi blog, eneldiario.es y en las redes sociales que he aceptado presentarme al Congreso en las listas de Unidos Podemos. Esa circunstancia es clave porque contemplo cómo se abre una especie de veda instantána. Y un ejercito organizado se pone a la ímproba tarea de revisar mis… 176 mil twits. Como ni aún asi encuentran nada en exceso punible -que una sabía que firmaba con su nombre y su trayectoria- los trocean, pegan, eluden o directamente inventan. Salen también viejos rencores insospechados. O, quizás, ataques en defensa de agravios. Diversas familias Hippoboscidae han entrado en acción. Seguirán sucesivas campañas de la Pseudolynchia canariensis (busquenla en google) hasta entender que sus ataques se han convertido en algo crónico.
Y aquí surge -por pura casualidad bien es cierto- el primer elemento físico: un dedo de mi pie izquierdo. El segundo al lado del gordo. Me lo golpeo andando descalza, aunque indignada con un nombre en la cabeza. Pasados los días ya sé que, cuando deje de doler, mi dedo no será ya nunca más el mismo. Y cada vez que vea su deformidad recordaré aquel nombre y aquel rostro.
Porque el dedo no se rompió de entrada, terminó hastillado por forzarlo al andar y porque sin duda sufrió distintos traspie médicos. Tenemos al traumatólogo que se limitó a mandar una radiografía aprobando el vendaje que me había hecho Lorient, secretario de Política de Podemos que tiene buena mano para las sindactilias q asi se llama esa inmovilización. Para que un especialista viera la placa con urgencia, acudí a mi médico de toda la vida, al menos de los ultimos 30 años a quien seguí de la sanidad pública a la privada suscribindo una póliza.
No vio nada en la radiografía dijo, pero al comentarle mi nueva situación con la candidaura al Congreso y cuanto había acarreado, entendió que era lógico que «ese partido» despertara criticas como también las sufrían los políticos del PP. Le respondí que no era lo mismo y la corrupción añadía un plus explicatorio. Entonces se levantó, me abrió la puerta de la consulta y me dijo: «Nunca podríamos entendernos y desde luego estás en el partido que tienes que estar. En 30 años no me conoció a pesar de cuanto hablamos o escuché, es decir, que igual las conversaciones eran unidireccionales, pero ciertamente, ese día sí conocí por fin al que había sido mi médico y ya no volvería a visitar jamás. Es esencial saber estas cosas.
«Usted anda demasiado según veo», dice el primero a quien vi y por fin recibe y pasa a explicarme:
-Se trata de que, en lugar de irse tres horas a El
Corte Inglés las pase sentada en una cafetería, ¿entiende?
Perfectamente, lo entendí perfectamente.
De la chica que se bajó a buscar el bolso por el suelo del automóvil para buscar un pañuelo y limpiarle los mocos a su niña mientras conducía y me he embistió por detrás en semáforo obvio más detalles. Pero acabé en urgencias y por eso finalmente se confirmó el diagnóstico que había apuntado a mi compañera de candidaturas Rosa Magallón, doctora de la sanidad pública, y fui requerida para pasar 4 semanas con mi pie en alto y andando los menos posible. Y así segui la campaña de taburete en taburete, con intenso trajín y dando la nota. Pero hubo mucho más.
Una mano sin movimiento que Pablo Echenique me dice «puedes coger» – con toda naturalidad -para corear el Canto a la libertad de José Antonio Labordeta cerrando el mitin de Zaragoza. La de Pedro Arroyo que se extiende en abrazo acogedor. La mirada cómplice del alcalde Pedro Santisteve, capaz de sentarse con los piernas colgando en un escenario para responder a las preguntas de los vecinos. Otro asiento tronzante para mis averías pero muy cálido en el contacto personal.
La de mis amigos dese la adolescencia Roberto y Concha que son como volver a casa. Los que están y los que no están. Se conoce mucho a la gente en esta tesitura.
He visto expresiones emocionadas, acogedoras, huidizas, de hallazgo, de rechazo. De envidia ya, de adulación ya.
Manos que tiemblan en la responsabilidad de hablar en público defendiendo a unos compañeros injustamente tratados. Cuánta humanidad, cuánta belleza.
O en los recuerdos. Manuel Fernández Minaya es un excelente fotógrafo y acude a buena parte de los actos de Unidos Podemos y cuelga fotos en su muro de Facebook. Se nota su mirada detrás de la cámara mientras busca los encuadres. Yo no sabía que le conocía. No sabía tampoco que fue nexo de unión con Echenique. Había una carta de él en la anterior campaña electoral que Pablo me envió por MD de Twitter y me puso un nudo en la garganta. Manuel llegó a Podemos por amor. Por seguir las huellas de su esposa, luchadora y comprometida, que se le fue entre las manos casi de repente. Ha pasado año y medio y todavía se rompe. Y todavía lucha en su nombre.
Se conoce mucha gente en las campañas electorales, sí. La mayoría muy buena gente en la que podemos confiar. La buena gente española tan alejada de esas cúspides enfangadas.
publicado en Ctxt.es pero no dispongo de medios de enlace