Dos artículos confluyeron estos días en El País hablando de la corrupción española. Uno era mío y el otro de Victor Lapuente, profesor de Ciencia Política en el Quality of Government Institute de la Universidad de Gotemburgo (Suecia). Lapuente mantenía que oír noticias de corrupción en España «no representa ninguna sorpresa». Para él, la razón última está en el clientelismo político:
«En España toda la cadena de decisión de una política pública está en manos de personas que comparten un objetivo común: ganar las elecciones. Esto hace que se toleren con más facilidad los comportamientos ilícitos, y que, al haber mucho más en juego en las elecciones, las tentaciones para otorgar tratos de favor a cambio de financiación ilegal para el partido sean también más elevadas».
Frente a la situación española, en otros paises ocurre al revés: «En muchas ciudades europeas sólo tres o cuatro personas son nombradas por el partido ganador» o «En EE UU el alcalde no puede colocar a mucha gente. El Ayuntamiento lo gestionan profesionales». Estados Unidos, nos cuenta, tenía similares niveles de corrupción, pero lo solucionaron a finales del siglo XIX, principios del XX, evitando, precisamente, que los políticos extendieran sus tentáculos sobre la Administración y otros centros de poder, nombrando a sus afines.
Vemos en España que hasta las Cajas de Ahorros están dominadas por políticos, con mayoría según el resultado de las urnas. Esto explica lo sucedido en Caja Castilla La Mancha, o las peleas fratricidas en torno a Caja Madrid, entre facciones del PP, que pueden atentar frívolamente contra su estabilidad financiera.
La sanidad y la educación -temas de Estado- también dependen de las mayorías políticas en las Comunidades Autónomas. La neoliberal Esperanza Aguirre opta por la privatización, y poco hay que hacer. Intentar remendar el desaguisado si un día deja de ocupar ese puesto. Algo extremadamente difícil, rehacer las presas derribadas exige un doble esfuerzo. Me contaba un médico porqué con un ejemplo práctico: «si has externalizado la lavandería, a ver cómo ahora la vuelves a meter en el Hospital». Todo esto, no ocurre en Europa.
La corrupción española ha merecido también el dudoso honor de ocupar un espacio en el The Economist británico. Un fluido debate se ha desencadenado en el foro.
«La corrupción en España y sus descendientes culturales es bastante fácil de explicar. La tradición en forma de la presencia de la Iglesia Católica, y la herencia romana, donde la corrupción es socialmente aceptada. La otra razón es la falta de información sobre el funcionamiento del Estado».
Otros hablan de las calificaciones de Transparency International -que yo citaba- donde recibimos un notable entre los países menos corruptos. Pero esta organización basa sus estudios en opiniones de expertos y no en datos.
Alguien con nombre español, duda de que el periódico El País sea el mejor diario español como asegura el semanario británico, y sacando a colación hasta los trajes de Camps que ascendien -dice- a 13.000 euros, concluye:
«Que una carrera política pueda estar en peligro a causa de tal crimen dice mucho del nivel de exigencia que se requiere en estos días a una posición política en España». (¿Existe ese nivel de exigencia en la sociedad? ¿Está la carrera política de Camps en peligro a requerimiento de la sociedad?)
Con todo, se incluye en el foro de The Economist, también, este terrible pensamiento que aún persiste:
«¿España? Monarquía, el catolicismo y los toros. ¿Qué se puede esperar? Sólo su proximidad geográfica lo califica para ser miembro de la comunidad europea. Por lo que su nivel de corrupción no debe sorprendernos».
A mí se me cae la cara de vergüenza. Pero no se trata de taparlo o mirar para otro lado, como han hecho políticos y numerosos medios de comunicación con la condena al urbanismo español por parte del Parlamento europeo. O de sacar nuestro orgullo patrio y asegurar que en nuestra isla vivimos como nos place y que todos los demás tienen porqué callar. Algo -o mucho- de verdad hay. Tenemos que cambiar actitudes y limpiar nuestra imagen. Las luchas entre partidos por el poder restan tiempo, esfuerzo y medios, a las tareas esenciales.






Robin
/ 31 marzo 2009Me divierten los prejuicios de los británicos sobre la corrupción en España. A ellos resulta que una ministra les ha salido generosa en la subvención de pelis porno de su maridito. En fin, que sí es de vergüenza, Rosa María, pero estoy con Carmen Iglesias y Calderón de la Barca en que «No siempre lo peor es cierto».
Florián Yubero
/ 1 abril 2009La pasividad de los ciudadanos también ayuda a tolerar la corrupción, que al parecer está a muchos niveles y no solo al de concejales. Lo que se sabe ofrece mala impresión, además surge la duda de que hay algo más, y cuando se defienden unos a otros, estando alguno de ellos en causa pendiente; sospechamos que el círculo va más allá de lo investigado y conocido. Tampoco nos van a convencer los que ponen la mano en el fuego por los que le dieron su apoyo,… están obligados porque de lo contrario se les hunden las posibilidades de medrar.
La política debe limpiarse de corruptos, y no debe aceptarse por pequeña que esta sea, aunque se trate de unos calcetines del mercadillo, porque dentro de esta pequeña acción descubierta puede estar incluido el soborno y la venda para tapar los ojos.
Urbek
/ 4 abril 2009Idealismo versus materialismo, una vez más. ¿Es la ideología la que genera las estructuras -como apunta el articulista inglés- o son las estructuras las que generan las ideas -como señala el docente en Suecia? ¿Cuántos españoles redimen sus pecados en un confesionario? Muchos menos de los que corrompen y se dejan corromper, sin duda. La falacia está en hablar de corruptos y no de situaciones que fomentan la corrupción. El sabio refranero castellano nos avisa de que es la ocasión la que hace al ladrón, pero ello no debería impedir que la integridad aflorase en el seno de una estructura podrida. Dificil que ésto suceda en una sociedad tan relativista como la nuestra, donde la caída del estado teocrático ha supuesto una pérdida de las referencias morales que la ética laica todavía no ha sabido restaurar.
Ignacio
/ 22 octubre 2009Esta claro que la corrupción no conoce poderes políticos ni incluso puede uno fiar a los jueces y fiscales, abogados condenados inocentes o culpables revolucionando la Justícia de Todos.
Es de aclarar como seguro investigar el comportamiénto de jueces fiscales y policías o seguridad del estado español.
Todos son ejemplares pero duda existe su actuación cuida mucho de ser legal y deben ser juzgados enjuiciados como corresponde a su cargo.
Desde luego da pena saber como conocer nuestra debilidad institucional,
imagino es cuestión de tiémpo llegar a ser Honrados.