
Laos de primera mano, por José Antonio Rodriguez
Ostento el privilegio de tener un amigo absolutamente fuera de lo común. Se llama José Antonio Rodríguez -JA para mí- y compartimos en el pasado buenos y malos momentos, más buenos que malos, muchos más. Hasta rodajes en Informe Semanal donde era realizador, o la corresponsalía de Londres o un programa en RNE, «Dos en la madrugada», que en alevosía nocturna, y sólo con Concha Villalba -otro ser maravilloso- en el equipo de tres, consiguió que nos divirtieramos sobre manera intentando cambiar nuevamente el mundo, con humor y filosofías de andar por casa.
Fue uno de los primeros en acogerse a un ERE de RTVE -y aquél sí que fue voluntario-. Un día, leyó los consejos de un experto en la Vanguardia, diciendo que en la jubilación es muy aconsejable aprender idiomas para mantener vivas las neuronas y decidió irse a vivir a El Cairo y estudiar árabe. La pensión española le permitía vivir muy bien en la capital de Egipto -mucho más barata- y poder viajar que es su gran pasión. Permaneció allí tres años y maduró una idea: dar la vuelta al mundo.
Regresó a España y se compró un Toyota, que preparó a conciencia para afrontar cualquier eventualidad. Salió de Barcelona el 12 de Noviembre de 2007 y, desde entonces, ha recorrido más de 61.000 kms. Ha visitado a conciencia, atravesando el sur de Francia, Argelia, Túnez, Libia, Egipto -donde volvió a quedarse un par de meses-, Jordania, Siria, Turquía, Irán, Pakistán, India, Nepal, Malasia, Laos, Camboya y Tailandia, por el momento. En Navidad regresó unos días a España pero volvió a Kuala Lumpur a despedir el año.
En su página tenéis toda su peripecia, sus jugosas crónicas en las que un espíritu libre como él dice lo que ve y siente, sin ningún condicionante. A la vez con la enorme sencillez de lo práctico, esos 4 ó 5 euros que puede costarle un hotel en la aldea más remota de la India, sus peleas con el tráfico, sus momentos de relax. Y sus impresionantes fotografías originales, siempre ha tenido pasión -y aptitudes- por la calidad de la imagen.
Viaja solo pero encuentra a muchas personas, fijas y en itinerancia, y a veces comparte trayecto. Nunca está solo si no lo quiere estar. Sabe que la sonrisa es el mejor pasaporte para abrir fronteras, y relativiza penurias para gozar intensamente de los momentos felices. Ahora está de nuevo en Tailandia, y entre problemas con el ordenador, y que anda un poco vago -me parece-, no actualiza demasiado sus crónicas.
Cada vez que pienso en mi querido JA, yo también relativizo por un momento el corto mundo en el que nos limitamos a vivir. Él sigue la actualidad española a través de Internet, pero cuando le cuento lo que parecen problemas insolubles, veo que ya casi no los entiende porque su retina y su corazón están llenos de otras realidades. Que ha salido de una protesta callejera de gentes a quien realmente pisotean, para sentarse en una terraza a contemplar una puesta de sol, que ha comido a su lado sus arroces o sus currys pero también ha entrado en los secretos imperturbables de los monumentos seculares. Bebe JA de la cultura y la vida de muchos pueblos alejados que sienten y padecen igual que nosotros. Y nos lo cuenta de primera mano. Con noticias, a veces, que jamás ocuparán una línea en nuestros periódicos.
El menos convencional de mis amigos, me ha enseñado, sobre todo, que la vida puede empezar cada vez que uno lo desea, que sólo hay que quererlo intensamente y no tener miedo a poner los medios para conseguirlo. En muchas ocasiones le echo de menos para apoyarme en su hombro y disipar fantasmas, porque él lo hace como nadie. Y temo por él en los innegables peligros de su viaje. Pero hace lo que desea, y así es feliz.