Juan José Cortés, padre de Mari Luz, -la niña asesinada en Huelva- declara hoy en La Razón: «estos días he oído decir desde las asociaciones de jueces que se ha usado el caso para llamar la atención pública. Utilizar la muerte de una pequeña para que los medios presionen al Gobierno y lograr así sus objetivos, en este caso económicos, me ha puesto los pelos de punta. Es una canallada. Lo sospechaba pero me negaba a creer que todo lo que están haciendo sea una maniobra para plantear públicamente sus pretensiones laborales. Y mi hija muerta por culpa de un error judicial, ¿dónde queda? Hemos levantado la alfombra de la Justicia».
Olas de cierta solidaridad se levantan alrededor de este hombre dolorido y justo, pero no temporales para derribar la impunidad que nos asola. En el desgraciado caso del profesor Jesús Neira -que quedó en coma tras ser agredido por un hombre al que increpó por maltratar a su pareja-, se dieron todos los ingredientes que indican cuándo una sociedad está enferma. Neira, con todo su valor y honestidad, entra en un hotel para llamar a la policía y detener la paliza. Le persigue el agresor de la mujer y le golpea salvajemente. Nadie en el hotel se mueve para impedirlo. La mujer apaleada no denuncia a su pareja. Dice incluso que es «una bellísima persona» y acude a programas de televisión -de Telecinco, seamos concretos-, cobrando por su miseria y siendo escuchada por espectadores sin escrúpulos -en caso contrario, sin audiencia, no la hubieran contratado-. Pero hay más, el juez deja en libertad al delincuente. Ante la alarma social, creada tan sólo por la respuesta activa de la esposa de Neira que lo denuncia ante los medios, el maltratador es detenido en una playa de Alicante, adonde se ha ido a disfrutar sus vacaciones. Los médicos de la seguridad social de Madrid -varios en distintas visitas- dejan ir sin tratamiento a Neira porque no le practican las pruebas pertinentes. Ni una radiografía, ni un scanner, ni un TAC. El profesor sufre un derrame cerebral. En Octubre de 2007, pocos meses antes, Daniel Oliver, un estudiante de 23 años de Valencia, actuó de la misma forma que Neira. Un hombretón pateaba en el suelo a su novia y trató de impedirlo. Se acercó a defender a la mujer y el hombre le golpeó en la cabeza. El resto de los presentes no actuó. Murió una semana después. Nadie le ha recordado. Ni los periodistas. David y Jesús fueron la excepción en el caos. Actitud encomiable que pagaron muy cara. Algunos más están reaccionando, pero no se ha producido una marea de indignación.
Nos echamos las manos a la cabeza por las chapuzas políticas -muy graves sin duda- pero aquí hablamos de vidas humanas y de poderes que no las protegen, de disfunciones de un sistema, de la pasividad ciudadana. También necesitamos millones de Juan Josés y de Neiras.
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Mari Luz, su padre y la impunidad.
Publicado por rosa maría artal el 25 enero 2009
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