Una madre olvida a su hijo de tres años en el coche. Incomprensible que despiste o preocupaciones puedan llegar a ese punto. Pero el crío pasó 5 horas en un coche al sol, antes de morir. Tuvo que llorar. Mucha gente pasaría a su lado. Pero tampoco se fijó o quiso intervenir.
Una chica de 13 años es violada y vejada por media docena de sujetos en Baena, Córdoba. En una piscina. Una vecina contempla desde su casa la escena. Y no hace nada. Se lo cuenta a su marido cuando llega a casa… a las 22,30.
Jesús Neira, pasó por delante de una decena de indiferentes, para detener una agresión machista, antes -y durante- de que el maltratador le diera tal paliza que lo dejó en coma.
Daniel Oliver, un estudiante de 23 años de Valencia, actuó de la misma forma que Neira, un año antes. Un hombretón pateaba en el suelo a su novia y trató de impedirlo. Se acercó a defender a la mujer y el hombre le golpeó en la cabeza. El resto de los presentes no actuó. Murió una semana después. Nadie le ha recordado. Ni los periodistas.
Indiferencia y pasividad nos asolan. Es más fácil reaccionar ante un hecho violento que presenciamos que ante los atropellos soterrados. Hay algo visceral que solía impeler a actuar. Hierve la sangre y se precisa un jarro de fría cobardía mayor para apaciguarla. No ahora. Aún menos para parar las agresiones del sistema. Moverse implica riesgo sí pero ¿tiene algún valor una vida sin compromiso alguno, tibia, ciega, sorda y muda?






