
En realidad, 267 personas muertas es el balance de víctimas del coronavirus durante las últimas 24 horas en España, cifra récord desde las desescalada. En el fin de semana fueron 279. Si hubieran viajado en el Boeing 787 Dreamliner, en ruta Miami-Madrid -que dispone de esa capacidad para albergarlos-, todas las portadas nos hablarían de la tragedia. Radios y televisiones tendrían informadores apostados en el Aeropuerto de Barajas para contarnos las vidas truncadas de cada uno de los pasajeros y nos mostrarían el drama, las protestas, la histeria, de los viajeros detenidos en la terminal al no poder subir a bordo en sus vuelos hasta que no se recojan los restos esparcidos de los muertos. Así funciona esta sociedad y quienes la educan.
Este símil lo empleamos en el primer impacto de la pandemia –la ola que nunca terminó y ahora se agrava-. Y conviene recordarlo como impactante imagen visual. En la terminal, hoy, políticos de la oposición –como Casado y Feijóo-, portavoces mediáticos del clan, empresarios… se muestran críticos y airados por no poder embarcar, a todo ritmo, en eso que llaman «la economía». Es su prioridad. Hosteleros se manifiestan en el exterior por la misma causa.
Pero esto no es siquiera un accidente puntual. Durante la semana pasada han sido 628 muertos por coronavirus, como dos aviones escacharrados. Según datos oficiales, la pandemia deja ya un balance de 35.000 víctimas mortales en España y más de un millón de infectados. Y se nota una clara reactivación: el récord de contagios se batió de viernes a domingo, con 52.888 registros.
Crece la pandemia otra vez en Europa y en América y prácticamente en todas partes, salvo unas pocas excepciones, y por similares causas. El millón de casos lo compartimos con varios países, algunos de mucha mayor población. En cabeza, EEUU, que se acerca ya a los 9 millones de contagios y ha visto morir a 225.700 personas. Es que COVID-19 es el causante del fallecimiento de 1.159.708 personas, al menos.

Y esta variable, la pandemia de coronavirus, es la que no parece entrar en las protestas por las medidas de prevención –menores para lo que sería necesario- de los adalides de «la economía». Periodistas serios se preguntan «si tampoco se pudo prever esta segunda ola». Son de la cuerda de los que escribieron que «nos dábamos una tregua durante el verano». Lo peor es que el coronavirus no se enteró. Tal como algunos previmos, en atención a datos y tendencias, por ganar el verano se iban a perder varias estaciones. Y encima no se ganó verano alguno. Maldita suerte de país que basó su economía en el turismo, y lo puso completo en la misma cesta de huevos que el coronavirus ha pisoteado. La temporada veraniega ha sido un desastre. No en Asturias, por ejemplo, que tenía entonces una bajísima tasa de contagios. Pero ya en julio se aportaban datos rotundos: el turismo sufrió su peor verano con un 75% menos de viajeros extranjeros.
A la «tregua» del verano se apuntó hasta la UE, que urgió a abrir fronteras. Pero los más responsables con su salud se lo pensaron dos veces. Todos los países sufrieron un drástico descenso de turistas, y así siguen y confinando de nuevo. Prácticamente vacías de viajeros continúan capitales tan punteras como París o Roma. Otros países disponen de modelos productivos más diversificados, pero la paralización mundial que ha traído el virus también les ha lastrado.
La relajación del verano se ha pagado cara. Pero la gente «se cansaba» del coronavirus y había que reactivar la economía. En España, el Banco de Santander hacía campaña con nuestro tenista de fama internacional Rafa Nadal. Los Reyes se pasearon por distintos lugares, hasta al Barrio de las Tres Mil Viviendas de Sevilla fueron o al tradicional Benidorm, y con trajes de rebajas Letizia, como destacaban las crónicas.
La curva de contagios, que había descendido a cero incluso, fue volviendo a subir. Y ahora protestan porque a muchos pobres ciudadanos no les avisaron de que la pandemia no había acabado. Nadie dijo que lo hubiera hecho, nadie desde el Gobierno. En junio, Fernando Simón recomendó no cambiar de provincia salvo que fuera necesario aunque el 21 acabara el estado de alarma. Es cierto que el presidente Sánchez comentó que no había que «dejarse atenazar por el miedo a los rebrotes» y era importante recuperar la economía pero añadió también que habría que aprender a convivir con el virus. Se convive con lo que vive, lógicamente. Las presiones eran y son enormes, y hasta lógicas, pero no podemos ni siquiera autoengañarnos: el COVID-19 enferma y mata y más cuando confluyen una serie de factores indeseables. El sistema sanitario español ya no está entre los más eficientes del mundo, debido a la salvaje poda que le propinó el Partido Popular para empezar.
La prensa conservadora ataca con el Estado de alarma diciendo, a la vista de todos que, si se implanta es una «dictadura constitucional», para pasar a convertirse en dejación de funciones si lo asumen las Comunidades como pidieron. Ahora se vuelve a negar su necesidad. Aunque a ratos y por zonas. La gresca siempre a punto. Cada prórroga del estado de alarma era un parto con fórceps. Sesiones en el Congreso, cuajadas de insultos, hablando hasta de ETA y Venezuela y no de soluciones. La salud de los ciudadanos como algo secundario. En el debate de la moción de propaganda de Vox, los portavoces demostraron un infrecuente nivel político, pero en este tema se mezclan intereses más prosaicos: básicamente, defender «la economía» de unos agentes determinados, y ver de tumbar al Gobierno y hacerse con la gestión de los 140.000 millones de ayuda de la UE.
La Comunidad de Madrid, una vez más por desgracia, se evidencia como ejemplo de los intereses perseguidos. El gobierno de Ayuso no buscó dotar a la sanidad pública de personal o contratar rastreadores, sino construir un hospital en tres meses, en el terreno que le dejó un fiasco de su exjefa Esperanza Aguirre. Y dando negocio a los empresarios habituales: once constructoras –entre ellas Dragados o Ferrovial – para batir un récord… de rapidez. Porque los médicos y personal de enfermería los va a sacar desvistiendo otros hospitales de estos profesionales imprescindibles. Esto es utilizar dinero público para propiciar el negocio privado sin dar seguridad de eficacia en la función de salud que se le supone.
Y ahora otra vez el horizonte de las Navidades. Alemania cancela el mundialmente famoso mercado navideño de Nuremberg por la pandemia, pero en España no se pueden perder las Navidades. ¿La vida, sí? ¿De quiénes? ¿De los que no tienen más remedio que trasladarse en transporte público atestado de gente? ¿O de quienes tienen que seguir trabajando sin los medios precisos en la sanidad de todos o en los centros educativos? ¿O de las víctimas de aquellos que se quieren divertir y… contagiar al que le toque? ¿O de los que acuden a fiestas de forma tan irresponsable? Terrible lamparón asistir al festejo de Pedro J. Ramírez, como hicieron con nula prudencia cuatro ministros y una vicepresidenta del PSOE, la plana mayor del PP y numerosas celebridades del poder.
El confinamiento nocturno es una medida simbólica, supongo, dada la poca gente a la que afecta. Lo que bajó la curva anterior fue recluirse en casa y parar actividades no esenciales. Pero, ciertamente, es una decisión muy difícil por los perjuicios que también causa. Económicos y hasta emocionales. Y menos mal que contamos con un gobierno progresista que se ocupa de las personas. El proyecto de Presupuestos aprobado este martes lo demuestra, para su pase a Congreso y Senado. Realmente progresista, hay 3.000 millones más para sanidad pública entre otras partidas de similar tendencia. En particular, las destinadas a reconvertir el sistema productivo como la transición tecnológica. El PP los rechaza. Bueno, el conservador británico Boris Johnson se niega hasta a financiar las comidas de escolares en riesgo de pasar hambre.
Dar garantías de salud, reales, en la atención médica, en el transporte, en los trabajos, o ver de retomar la educación de los afectados por el virus de la idiocia, ayudarían a no tener que imponer las medidas más drásticas. Algo grave le ocurre a una sociedad cuando se mete entre decenas de personas, pegados unos a otros, para tomar copas… o para comprarse algo tan poco esencial como una colección de velas o un paquete de servilletas de papel, con la mirada fija en el objetivo sin ver nada más alrededor. Cuando no se entera ni de lo que le conviene, cuando no ve ni a quienes les usan y dañan.
El coronavirus sigue aquí, aunque algunos no quieran asumirlo. Ha cambiado tanto la sociedad que no se volverá a «lo de antes». Algunos negocios no van a tener continuidad porque es prescindible su necesidad, habrá otros. Tendremos que hablar de ello. De momento, van a seguir despegando los aviones COVID-19 y alguno se estrellará como mucho en dos días, o en uno solo, mañana, y al otro y al otro. Con seguridad. Vuelen a la sensatez y eviten subirse al aparato maldito. Voluntariamente o, de no haber otro remedio, exigiendo al menos medidas de protección eficaces.