Somos muchos los ciudadanos que estamos hartos, en efecto. El diagnóstico del enfermo está claro, incluso conocemos el tratamiento, lo que faltan son las jeringuillas y goteros para aplicarlo.
Entresaco este par de párrafos de Javier Valenzuela en su blog, para ratificar que no estamos solos cada uno de nosotros:
«Los trabajadores somos débiles, máxime en situación de crisis, pero, oigan, no nos tomen ustedes por tontos. Últimamente nos hemos enterado de varias cosas. Para empezar, que esta crisis no la han provocado las subidas de los salarios, sino las burbujas especulativas de las finanzas y el ladrillo, esto es, el capitalismo de casino. Y para continuar, que los gravísimos problemas actuales de las empresas proceden de la falta de crédito y de la caída de la demanda, no de los costes del despido.
Así que, por favor, disfruten ustedes de su almuerzo en su restaurante favorito de cinco tenedores, con cargo, por supuesto, a la tarjeta de crédito de la empresa o la institución que tengan el honor de presidir, y no nos estresen más».
Si pensamos -con razón- que el capitalismo atroz es el causante de nuestros males, podemos hacer dos cosas: desempolvar la guillotina de la Revolución francesa o, más civilizadamente, pedir a nuestros representantes -los políticos- que actúen de una forma eficaz y convincente. Pero buena parte de ellos están en su nube, ni nos escuchan y, lo que es mucho peor, ni se enteran de nuestro descontento, de su dirección errática. No saldrían en la tele todos los días diciendo lo que dicen si fueran conscientes del inmenso cabreo que están generando.
Para ser escuchados es imprescindible tener voz. Pero ahí tropezamos con otro pilar del desastre: los medios de comunicación. Grandes emporios privados que buscan, prioritariamente, un beneficio económico. Si pueden, a la vez, diseminan su ideología. Pero tampoco parecen ver las dimensiones del problema, o no les interesa difundirlas a fondo. Las televisiones públicas no son una excepción. No contamos con casi ninguno de ellos.
Las exigencias están claras:
- una ley electoral que represente a la sociedad. En las elecciones generales de 2008, IU obtuvo 2 diputados con casi un millón de votos, CIU 11 con menos de ochocientos mil sufragios, o 6 el PNV con poco más de trescientos mil.
- listas abiertas para que nuestro propio representante responda ante nosotros. Acabar con el voto por «disciplina de partido».
- Una regeneración de las estructuras de partidos y sindicatos. Son del pleistoceno. Allí sólo parece auparse el más listo en dar codazos y lograr relaciones que le apoyen. Aparentemente, hay excepciones, pero es imposible que los mejores, más preparados y con más vocación de servicio público sean los que -en su mayoría- vemos a diario.
- El gobierno tiene que conseguir una separación real de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, esencia de la democracia. El legislativo podría solucionarse con las listas abiertas. El judicial acabando con la ominosa representación de los órganos jurisdiccionales por tendencia política. Mecanismos de control severo para todos los poderes. Real. Eficaz. Inapelable.
- Acabar con la injerencia continua de la Iglesia católica. Educar en un estado laico y sin contaminaciones interesadas. Lograr elevar también el nivel de educación de los adultos -una de las lacras de España-.
- Terminar -por desconexión del aparato o dedicando el papel a limpiar cristales- con los periodistas y medios interesados y próximos a los poderes de todo tipo. Con aquellos otros que sólo pretenden adocenar a su audiencia para poder manipularla.
- Diálogo. En otros países existen las asambleas ciudadanas con políticos y expertos de la Universidad. En Suecia, por ejemplo, como hablábamos el otro día.
Podéis añadir lo que queráis, rebatir, opinar en definitiva. Más aún. Es una gran recompensa contar con vosotros.
Y ahora nos falta la jeringuilla. No tenemos acceso a una UCI móvil. Pero sí contamos con la Red, Internet. Obama lo ha hecho. Convenció a un gran número de personas para que se pusieran en mangas de camisa y trabajaran. Él todavía es una esperanza. A lo mejor, ése es el único método. A mi no se me ocurre, hoy por hoy, otro. Presionando, con un caudal inmenso de personas. Convertirnos en un clamor que atruene. Utilizar la red para hacer real el sufragio directo. No parar hasta que se enteren y cambien. Todos.





